“La mejor fuente de información son las personas que han
prometido no contárselo a otros”- Marcel Mart (político, jurista y empresario)
Pocas
semanas después de que se convierta en un secreto a voces que ninguno de los
movimientos de los norteamericanos escapa al conocimiento de su agencia
internacional de inteligencia, cualquier ciudadano de a pie ha incluido en su
lenguaje coloquial el término ciberespionaje y Edward Snowden ha saltado al
estrellato (lo que aún no sabemos es como de estrellado puede terminar…).
Hemos
aprendido que las contraseñas no son seguras (a pesar de las algorítmicas
combinaciones de mayúsculas, minúsculas, números y signos de puntuación), que
la llamada diaria a un familiar puede ser una conversación a tres bandas con un
interlocutor mudo anónimo y que los perfiles que determinamos como privados en
nuestras redes sociales no lo son tanto.
Lo
que la información es siempre, es poder. (Ya lo decía Bill Gates…). Ese poder
lo ejercemos nosotros mismos desde bien pequeños, ¿quién no le ha dicho a su
hermano que se chivaría a mamá de la trastada de turno si no nos dejaba usar
antes la Nintendo?. Y se convierte en un suma y sigue, hasta que la información
que algunas personas manejan tiene poder para mover los hilos del mundo o
determinar, al menos, parte del destino del mismo.
1. Los políticos tienen séquitos de personas que manejan información de los potenciales votantes y saben como utilizarla. Esa información es recabada legítimamente: estadísticas de voto por regiones, estadísticas de voto por sexo, por raza, por religión...
2. Las grandes marcas realizan constantemente estudios del comportamiento humano para aumentar sus ventas, y utilizan los resultados de nuestro propio comportamiento para conseguir sus objetivos (a costa de nuestro bolsillo…). Suena feo, pero no lo es. Ese tipo de información está en el aire, no pertenece a nadie, el buen observador se gana el derecho a poseerla.
En
dichos casos, el fin de recabar dicha información que se ha obtenido de
nosotros en última instancia nos beneficia: nos representa el político cuyo
perfil e intereses más se nos asemeja y las marcas satisfacen nuestras
necesidades mediante sus productos.
Pero
no es oro todo lo que reluce… , ¿porque cómo es de legítimo que una persona
consiga acceso a los ámbitos más privados del individuo? Creo que la respuesta
es casi unánime: dicho extremo, a priori, no es legítimo. Las sociedades
desarrolladas se sostienen y funcionan porque existen límites.
Acceder
a la información que una persona no ha hecho pública, como es una llamada
telefónica privada o el historial registrado en un buscador de internet,
traspasa en términos generales en mi opinión el límite de lo legítimo. Como
contraargumento a esta línea de pensamiento se ha presentado, entre otros, la
evitación de ataques terroristas. Este es sin duda un argumento de peso, y es
por ello que surge el dilema ético de si los límites en el ámbito de la
información son o no infranqueables.
Como
casi todos los dilemas morales de nuestro mundo moderno, no existe una
respuesta correcta o incorrecta, queda al libre albedrío de cada uno. Lo que en
mi opinión si puede expresarse como una máxima, es que una conciencia común
puede contribuir a un mejor uso de la ya mencionada información de manera que
esta sea siempre utilizada en beneficio de su emisor y en ningún caso en su
detrimento.
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